Para todos resulta claro que la atención fácilmente se convierte en capital político. Y en estos tiempos de hiperconexión resultan casos como el de Ricardo Salinas Pliego, el cual ilustra bien el punto: el empresario cuenta con casi dos millones de seguidores en X y, gracias a su estilo provocador, logra estar en la conversación digital prácticamente todos los días. Este hombre no hace campaña electoral, pero domina la escena política, genera debate y ejerce influencia, su feed basta para estar presente en las conversaciones del día, en la sobremesa de todo mundo. Esa visibilidad permanente es un activo que cualquier político envidiaría.
Como empresario, leo el caso de Salinas Pliego con una lente distinta. En el mundo de los negocios aprendimos hace tiempo que la atención es la moneda más cara del mercado. Herbert Simon lo advirtió hace medio siglo, cuando dijo que en un mundo saturado de información lo verdaderamente escaso sería la capacidad de ponerle atención a algo. Y así ha sido: hoy Google, TikTok o X valen fortunas por las miradas que concentran y, quien logra captarlas, gana; el que las pierde, se vuelve invisible. Así, una marca puede invertir millones en publicidad y no obtener la tracción que un mensaje viral logra en segundos. En política pasa lo mismo, la atención concentra valor porque no se compra fácilmente, se gana con autenticidad… o con la provocación adecuada.
El de Salinas Pliego no es un fenómeno aislado. En 2018, Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco, saltó al escenario nacional con frases que fueron diseñadas para volverse trending topic, aunque las presentara como ideas de políticas públicas. Pero lo consiguió, entró a la boleta presidencial sin partido, apoyándose en el ruido digital, aunque careciera de estructuras, y al final obtuvo el 5.2% de la votación ese año.
Tatiana Clouthier, desde otro ángulo, convirtió la narrativa de campaña de López Obrador en contenido digital compartible por medio de memes, frases cortas y símbolos reconocibles en el mundo de la viralidad de las redes. No solo hizo su chamba de comunicación, armó una estrategia digital que terminó por darle un lugar en el gabinete y fue secretaria de Economía entre 2021 y 2022.
Y si miramos el ámbito internacional, basta detenernos en Nayib Bukele en El Salvador, un presidente que ha hecho de Twitter y TikTok sus principales escaparates de Gobierno y que, bajo un entendido de que la percepción vale tanto como la acción, ha construido una popularidad extraordinaria (encuestas como CID-Gallup lo sitúan por encima del 85% este mismo año) y se ha convertido en el mandatario más influyente en redes sociales de la región.
Lo debatible es si esa atención se traduce en resultados reales. No lo sé. Al menos en el mundo corporativo no basta con que hablen de ti: si tu producto falla, tu reputación (y la de tu negocio) se desploma. Me parece que en política sucede lo mismo: la atención puede llevarte a la cima, pero si no la conviertes en confianza o en decisiones eficaces, esta se convertirá en ruido que se silencia rápido.
Si algo me llevó a empezar a escribir esto, fue la reflexión acerca de cómo los formatos van cambiando, aunque la regla sigue siendo la misma: si no te ven, no existes. Quien logra concentrar la atención, define de qué se habla, y eso en la práctica le da poder. Eso, amigos, es el poder moderno.
Así pues, tenemos que la atención es un activo estratégico, pero lo que hay que ver es que, como en cualquier negocio, esta también requiere gestión. Puedes tener millones de vistas, pero si detrás de ese brillo no hay un fondo que lo sustente, ese capital se evaporará pronto. El reto para los políticos y los empresarios es el mismo: transformar su visibilidad en confianza duradera.