El lunes estuve en Palacio Nacional, entre los invitados al Primer Informe de Gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum. El recinto estaba, por supuesto, lleno, y el protocolo siguiendo su marcha; se percibía la expectativa general por saber cómo se narraría este primer año al frente del país. Desde la primera fila hasta la última, todos esperábamos la frase que desencadenaría los titulares y, entonces, llegó: “Estamos viviendo un momento estelar de nuestra historia…”.
“Un momento estelar”, es cierto. Y es que sobran méritos: la inversión extranjera alcanzó un récord de 36,000 millones de dólares en el primer semestre, el turismo creció 13.8%, la inflación se ubicó en 3.5%, y el tipo de cambio se mantuvo por debajo de los 19 pesos por dólar. La presidenta también presumió un desempleo en 2.7%, uno de los más bajos del mundo, entre otras cifras que hablan de una economía saludable.
Incluso la seguridad apareció en el balance de Sheinbaum, quien aseguró que la tasa de homicidios dolosos se redujo en 25% respecto al año pasado, y habló de “cero impunidad” como horizonte, ahora con un Poder Judicial renovado. Desde luego, los aplausos no faltaron.
Pero aquí surge lo debatible. Porque mientras los números pintan un país con récords históricos, la percepción en la calle sigue siendo otra. El dato dice que bajaron los homicidios, pero el ciudadano de a pie responderá que se sigue sintiendo inseguro en su colonia, al caminar por la calle y atravesar un parque. Hay un número que celebra la inversión extranjera, pero los dueños de pymes y mipymes preguntan cuándo llegará la certidumbre regulatoria para invertir sin miedo y cuándo se acabarán los trámites eternos y costosos. Es como cuando el doctor asegura que el paciente está estable… mientras el paciente jura que le duele todo.
Hubo razón en presumir lo logrado en este Primer Informe. Pero faltó reconocer que las cifras, cuando no se aterrizan en la vida diaria, se quedan en un mundo paralelo que solo ven los políticos y los analistas, porque no se trata solo de tener un “momento estelar”, sino de que ese destello alcance los bolsillos de los trabajadores que gana el salario mínimo de 278.80 pesos diarios, y a las familias que siguen pensando dos veces antes de salir de noche.
En mitad del discurso me percaté de un detalle curioso y bastante simbólico: quienes hace apenas un par de años fueron protagonistas de la sucesión interna, Adán Augusto López, Ricardo Monreal y Fernández Noroña, figuras otrora centrales, no estaban ni en la primera ni en la segunda fila, sino bastante rezagados, junto con Manuel Velasco, aburridos, desdibujados y perdidos, ubicados más allá de la cuarta fila durante el Informe, lejos del primer círculo y casi invisibles para las cámaras. Ellos, que hace no mucho llenaban titulares como “corcholatas presidenciales”, o quienes en aquella asamblea informativa en el Zócalo de marzo pasado se hicieron virales por haberle dado la espalda a la presidenta, ahora parecían resignados, mirando de reojo los asientos de honor que ya no ocupan.
Por mi parte, en mi asiento en Palacio Nacional me quedé pensando que los informes, al igual que los discursos en las convenciones de negocios, suelen inflar el globo. Y no digo que esté mal, siempre es bueno impulsar el optimismo. Lo que realmente importa es si el aire dura lo suficiente para que ese globo no se desinfle al primer contacto con la realidad.
Este “momento estelar” lo podemos medir en dos tazas diferentes, por un lado, la de los números oficiales y, por otro, la que se sirve cada mañana el ciudadano. Y el reto de este sexenio será lograr que ambas coincidan y brinden al unísono. Que las gráficas reluzcan está bien, pero también debe hacerlo la experiencia de la gente, de lo contrario, corremos el riesgo de tener un cielo estrellado… que nadie alcanza a ver desde la banqueta.